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MAS ALLÀ DEL RESULTADO

Envuelto en una bandera de Estados Unidos, Colby Covington, luchador de UFC, dedica su victoria contra Tyron Wodley «a militares y socorristas». Y, lo más importante, se declara «harto de atletas cobardes como LeBron James». «Orgulloso de ti», le dice Donald Trump a Covington, en plena entrevista con ESPN. El campeón de UFC (que fue hisopado en las últimas horas porque estuvo junto con Trump en el debate electoral de la semana pasada en Cleveland, sin barbijo y con gorrito de campaña) es uno de los miles que rezan para que LeBron no gane esta semana su cuarto anillo de la NBA. Odian a LeBron por su compromiso social y político. Etan Thomas, ex NBA, poeta y activista, afirma que el odio contra LeBron que vemos en la web es el mismo que la América del Norte más blanca sentía hace medio siglo hacia Muhammad Ali.

La caída histórica del rating de TV de la final entre Los Angeles Lakers de LeBron y Miami Heat (escribo apenas antes del cuarto partido de anoche) significa, según los «haters» de las redes, que «Trump tenía razón». El presidente de Estados Unidos había advertido un mes atrás que la NBA perdió su audiencia culpa del «activismo político de sus jugadores. Por tanto «Black Lives Matter». «Ojalá la NBA quisiera a sus fans estadounidenses como ama al mercado chino», se burla el senador conservador Ted Cruz. No dicen que también las otras ligas bajaron su audiencia. Los odiadores seriales no advierten que, después de todo lo que sucedió en esta temporada (pandemia, parate, tribunas vacías y racismo), lo más valioso no es el rating, sino que la NBA esté logrando coronar un campeón en su burbuja sanitaria de Disney, pero mirando como nunca a la sociedad que le toca vivir.

Los contratiempos, afirman especialistas, ayudaron paradójicamente a construir a los Lakers finalistas. Primero fue la situación del equipo recluido en el hotel Ritz-Carlton de Shanghai, en octubre pasado, con su juego de exhibición suspendido por la furia del gobierno chino tras las declaraciones pro-Hong Kong de un dirigente de Houston Rockets. Obligados a permanecer dentro del hotel, el piso 57 se convirtió en un búnker que estrechó vínculos entre los jugadores. Luego, durante el parate por la pandemia, cuentan que LeBron supervisó personalmente en qué gimnasio podía mantener cada uno de sus compañeros el entrenamiento individual. Pero la conmoción más fuerte sucedió en enero. La muerte de Kobe Bryant. El grito de «¡Kobe!» que lanzó Anthony Davis tras anotar un triple agónico ante Denver Nuggets, en finales de la Conferencia Oeste, simboliza de qué modo la muerte de Bryant fue convertida en motor para que los Lakers ambicionen ganar un anillo después de diez años.

El otro factor que unió a los jugadores fue la lucha contra el racismo. Justo antes de la serie final, un jurado absolvió a los tres policías que mataron a Breonna Taylor, la asistente médica más citada por los atletas. El propio LeBron, en su primera entrevista en Disney, prefirió no hablar de basquetbol y sí denunciar, en cambio, que los asesinos de Breonna seguían libres. La absolución de los policías fue un golpe durísimo también para Louisville, la ciudad que en 2016 ofreció un histórico funeral a su hijo pródigo, Muhammad Ali. Ese día, Lonnie, esposa del gran campeón, recordó ante una multitud de cien mil personas, a Joe Elsby Martin. Es el policía que en 1954 atendió a un niño Alí furioso (entonces se llamaba Cassius Clay y tenía apenas doce años), diciendo que golpearía al joven que acababa de robarle la bicicleta. Elsby pidió al niño que canalizara la rabia de otro modo y lo llevó al gimnasio. «Estados Unidos -dijo Lonnie en su discurso- nunca debe olvidar que cuando un policía y un niño de los barrios marginales se hablan pueden ocurrir milagros».

Cualquier jugador de la NBA abonó más impuestos en 2019 que los miserables 750 dólares que pagó Trump («el problema -escribió un columnista en The New York Times- no es que un megamillonario como Trump casi no haya pagado impuestos, el problema es que probablemente haya sido legal»). Los jugadores escucharon absortos cuando Trump, en el debate contra Biden, se negó a condenar a los supremacistas blancos que golpean, extorsionan y amenazan armados. Tuitearon al instante. «Por favor voten», escribió LeBron. El crack eligió recordar la campaña inédita que impulsaron los jugadores de la NBA para lograr un voto masivo en las elecciones del 3 de noviembre.

Cualquiera gane el anillo, el triunfo de esta temporada atípica está garantizado. No se trata solo del compromiso profesional de los jugadores que mantuvieron vivo a su deporte. Se trata acaso de algo más profundo que el juego: como escribió Jerry Brewer en The Washington Post, los jugadores de la NBA (el 74 por ciento de ellos son negros) descubrieron esta temporada un sentido distinto a su condición de atletas. Por qué juegan. Quiénes son. El fenomenal Jimmy Butler, de infancia difícil, héroe de Miami Heat en el tercer juego del domingo pasado, cuando casi él solo frenó a los Lakers, recordó semanas atrás que cuando era adolescente sufrió racismo de un niño de «no más de seis años». «Vos -le dijo Butler al padre del niño- elegiste enseñarle a tu hijo el odio».

 

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